miércoles, 27 de abril de 2011

La sala de espera

Esta mañana te vi en la sala de espera del especialista. Cuando llegué, la sala estaba casi llena. El médico no había empezado a pasar consulta, pero se ve que todos teníamos prisa, por ser atendidos, por irnos cuanto antes, por dejar atrás este trago, por volver a la seguridad de lo cotidiano de cada uno...

Tú estabas sentada, con tu bastón (presumida hasta en eso, con tu precioso bastón de empuñadura de plata; con el trabajo y disgustos que nos costó que lo aceptaras), ocupando poco sitio en la silla, sentada en el borde -no por falta de seguridad-, bien tiesa, firme y fuerte, con tus papeles en la mano. Como intentando hacerte grande, sabedora de que eres de talla menuda. Habías llegado con tu acompañante, esa chica morena que va contigo a todas partes, pero tú querías demostrar que te vales sola, que no necesitas a nadie para controlar tus cosas, tus papeles, tu vida... No necesitas a nadie para decirle al médico dónde te duele.

Si, ya lo sé, no eras tú, pero bien podrías serlo.

Al verte allí, esperando, recordé las veces que eras tú la que nos llevaba al médico, con nuestras fiebres que no te habían dejado dormir la noche anterior, esos fiebrones infantiles que tanto asustan a los adultos; o con nuestros mocos que no parabas de limpiar, hasta dejarnos las narices totalmente coloradas. Esperando impaciente, rezando por lo bajito, deseando que no tuviéramos nada grave.

Claro, la que vi era otra persona, pero perfectamente podrías haber sido tú.

Viéndote esperar, con ese punto de inquietud, imaginé qué podrías estar pensando. Con tu edad (si, 84 años, no los escondas, ya me gustaría a mí...) posiblemente te estarás moviendo entre dos ideas, la de "a ver si acabo pronto, que tengo que visitar a mi vecina, que está pachucha la pobre, tan mayor ya, con casi 90 años, y sus hijos, que nunca aparecen..." y la otra idea, la que no quieres dejar entrar, la de "seguro que me dicen que estoy bien, pero y si...". Yendo de una idea a otra van pasando, muy lentos, los minutos.

Al fin, te llaman, te levantas y pasas a la sala de consulta, y te pierdo de vista, aunque me gustaría seguir contemplándote, así, sin que sepas que te estoy mirando.

Cierto, no hace falta que me lo repitas, era otra persona, pero podría haberse tratado de ti. Fíjate, hace tanto tiempo que no estás con nosotros, pero ya ves, no me acostumbro.

8/4/11

martes, 26 de abril de 2011



El vigilante mira, estupefacto, el sitio por donde huyeron los presos. Llama la atención el entorno y el aspecto del carcelero, que quizá se estará preguntando cómo ha sido posible que esto suceda. El guardia viste uniforme nuevo (gran contraste entre el uniforme y todo lo demás, lo único nuevo que se ve en la imagen), zapatos de domingo sin calcetines (¡qué rozaduras...!). En la habitación, amontonados, hay multitud de zapatos viejos (en las huidas, siempre hay alguien que pierde sus zapatos, o los deja atrás), diferentes objetos irreconocibles y ¡un ventilador! Pero él permanece ensimismado, mirando hacia abajo, al vacío. ¿Qué estará pensando?
(26/4/11)