Es vieja como el mundo. Suele estar,
más que sentada, tirada en el suelo, ocupando un espacio que obliga
a los viandantes a bordearla para no pisar sus pies descalzos. Pide
limosna llevándose una mano a la boca repetidamente, indicando su
necesidad perentoria de comer, mientras agita un vaso con la otra
mano para que los veloces caminantes le echen en él alguna moneda.
Otras veces parece estar dormida, tumbada en el suelo junto a su vaso
de plástico. Viéndola día a día, se puede llegar fácilmente a la
conclusión de que forma parte del entramado de “indigentes
profesionales” que están volviendo a verse por nuestras calles.
Lleva puestas unas zapatillas de color morado que, casualidad o no,
hacen juego perfectamente con una cazadora de entretiempo que no
encaja con el frío clima imperante.
La realidad es cruel en los pequeños
detalles.
Madrid, 21-4-12 (¡capicúa!)