domingo, 5 de junio de 2011

Colijo yo, propende él

Llevaba un tiempo buscando este artículo, y hoy lo he encontrado. Habla sobre la escritura, la necesidad de escribir. Lo adjunto, por si le interesa a alguien.http://www.elpais.com/articulo/semana/Colijo/propende/elpepuculbab/20020720elpbabese_8/Tes

jueves, 26 de mayo de 2011

El secreto de matar

“El secreto de matar, Nakata, reside en no vacilar. Tener una gran idea preconcebida en la cabeza y ejecutarla de la forma más expedita posible”.


Cerré el libro y me quedé pensando porqué lo había comprado. No me estoy enterando de nada, me he gastado 24 pavos que no tengo, no me gusta la literatura japonesa... Si, claro, me lo he comprado por presumir delante de Minako, la nueva delegada comercial que ha traído la empresa. Es guapa, delicada, joven, joven, muy joven... y debe de ser listísima, para ocupar el cargo que ocupa, en una sociedad tan machista como la japo. Y mañana tengo comida de trabajo con ella, Dios mío... Por eso, esta tarde, al salir de trabajar me fui corriendo a la Casa del Libro y le dije a uno de esos chavalillos “por favor, recomiéndame algo de literatura japonesa”.  El chavalillo, que al parecer también es más listo que los ratones coloraos, empezó a decirme nombres para que yo eligiera, y le tuve que parar “da igual, uno que esté bien...” Me miró con cara rara y me dio un tocho gordo como una Biblia. “¿Esto? ¿Pero qué es esto?” “Esto... (y en ese momento me lanzó una fría mirada) es una de las mejores novelas de uno de los mejores escritores actuales de Japón...” Me dejó planchado, cogí el libro, lo pagué y me vine a casa. Las gilipolleces que hace uno por presumir delante de una jefa. “El secreto de matar...” si fuera verdad, si las ideas se llevaran a cabo así de fácil, la vecina de mi planta ya habría picado billete...porque no se me quita de la cabeza... Igual me pasa con la jefa, aunque no tengo con ella esas pretensiones. Me conformaría con no quedar como el culo, tengo 45 años y no tengo ninguna gana de buscarme otro curro por una metedura de pata. Y seguro que la comida es un examen, somos muchos comerciales y cada vez hay menos mercado para nuestros productos. Mejor será dejar el libro en casa y coserme la boca durante toda la comida, así controlaré mi tendencia a abrirla demasiado y decir lo que no debo. El caso es que el tipo este del libro me ha recordado, no sé porqué, al personaje de Woody Allen que era peluquero y pensó vengarse de Hitler dejándole caer los pelillos por dentro de la camisa pero “le traicionaron los nervios”. Voy a seguir leyendo, a ver si saco algo en claro...


"Kafka en la orilla" es una novela japonesa de Haruki Murakami publicada en 2002. A finales de 2005, los críticos del suplemento literario del New York Times proclamaron "Kafka en la orilla" la mejor novela del año.


Madrid, noviembre de 2010

miércoles, 27 de abril de 2011

La sala de espera

Esta mañana te vi en la sala de espera del especialista. Cuando llegué, la sala estaba casi llena. El médico no había empezado a pasar consulta, pero se ve que todos teníamos prisa, por ser atendidos, por irnos cuanto antes, por dejar atrás este trago, por volver a la seguridad de lo cotidiano de cada uno...

Tú estabas sentada, con tu bastón (presumida hasta en eso, con tu precioso bastón de empuñadura de plata; con el trabajo y disgustos que nos costó que lo aceptaras), ocupando poco sitio en la silla, sentada en el borde -no por falta de seguridad-, bien tiesa, firme y fuerte, con tus papeles en la mano. Como intentando hacerte grande, sabedora de que eres de talla menuda. Habías llegado con tu acompañante, esa chica morena que va contigo a todas partes, pero tú querías demostrar que te vales sola, que no necesitas a nadie para controlar tus cosas, tus papeles, tu vida... No necesitas a nadie para decirle al médico dónde te duele.

Si, ya lo sé, no eras tú, pero bien podrías serlo.

Al verte allí, esperando, recordé las veces que eras tú la que nos llevaba al médico, con nuestras fiebres que no te habían dejado dormir la noche anterior, esos fiebrones infantiles que tanto asustan a los adultos; o con nuestros mocos que no parabas de limpiar, hasta dejarnos las narices totalmente coloradas. Esperando impaciente, rezando por lo bajito, deseando que no tuviéramos nada grave.

Claro, la que vi era otra persona, pero perfectamente podrías haber sido tú.

Viéndote esperar, con ese punto de inquietud, imaginé qué podrías estar pensando. Con tu edad (si, 84 años, no los escondas, ya me gustaría a mí...) posiblemente te estarás moviendo entre dos ideas, la de "a ver si acabo pronto, que tengo que visitar a mi vecina, que está pachucha la pobre, tan mayor ya, con casi 90 años, y sus hijos, que nunca aparecen..." y la otra idea, la que no quieres dejar entrar, la de "seguro que me dicen que estoy bien, pero y si...". Yendo de una idea a otra van pasando, muy lentos, los minutos.

Al fin, te llaman, te levantas y pasas a la sala de consulta, y te pierdo de vista, aunque me gustaría seguir contemplándote, así, sin que sepas que te estoy mirando.

Cierto, no hace falta que me lo repitas, era otra persona, pero podría haberse tratado de ti. Fíjate, hace tanto tiempo que no estás con nosotros, pero ya ves, no me acostumbro.

8/4/11

martes, 26 de abril de 2011



El vigilante mira, estupefacto, el sitio por donde huyeron los presos. Llama la atención el entorno y el aspecto del carcelero, que quizá se estará preguntando cómo ha sido posible que esto suceda. El guardia viste uniforme nuevo (gran contraste entre el uniforme y todo lo demás, lo único nuevo que se ve en la imagen), zapatos de domingo sin calcetines (¡qué rozaduras...!). En la habitación, amontonados, hay multitud de zapatos viejos (en las huidas, siempre hay alguien que pierde sus zapatos, o los deja atrás), diferentes objetos irreconocibles y ¡un ventilador! Pero él permanece ensimismado, mirando hacia abajo, al vacío. ¿Qué estará pensando?
(26/4/11)

lunes, 28 de marzo de 2011

Bertito

Cuando don Heriberto llegó a casa, vio a su hijo con cara de preocupación.

- ¿Qué te pasa, hijo? ¿Has discutido con algún amigo en el colegio? ¿Te ha regañado la seño?
- No, papá, es que...
- ¿Qué, Heribertín? Dímelo, anda, sea lo que sea.

Bertito se quedó pensativo.

- Papá, ¿nosotros cómo somos? O sea, ¿somos buenos o malos?
- Hijo, qué cosas dices... Somos buenos, muy buenos, diría yo.
- Es que en el colegio se ríen de mí, me dicen que nadie nos quiere...
- Pero Bertito... no les hagas caso, nosotros somos trabajadores, resistentes, nos apañamos en cualquier sitio, somos sociables... También somos grandes recicladores, ya te lo habrán explicado en el colegio...
- Vale, papá, otra cosa. Cuando yo sea mayor, ¿cómo voy a ser?
- Hijo, qué pregunta... Serás como yo, como el tío Segismundo, como tu hermano Godofredo...
- Entonces... ¿seré cucaracha? ¿Seguiré siendo cucaracha toda la vida? ¡Yo no quiero ser cucaracha de mayor! ¡Cucaracha no!
- Pero hijo...
- Jo, papá, es que... cucaracha toda la vida... siempre lo mismo... No sé, ¿Por qué no puedo ser otra cosa? Ser como Ricardo, que ahora es oruga y luego será mariposa, y podrá moverse por el aire; o escarabajo, como Andrea, para reflejar el sol, con esas rayitas doradas; o ser mantis, como Godiva, y caminar paseando todo chulo... Pero siempre cucaracha... ¡jo...!

martes, 15 de marzo de 2011

Un pequeño cadáver (micro-relato)

En el suelo del autobús, algo brillaba mínimamente. Me acerqué, y vi que era el cadáver de un pendiente, que terminaba en una pequeña estrella negra. En vida, imaginé, habría pertenecido a una chica de pelo negro, rizado, que quizá en estos momentos no sabría qué hacer con el otro pendiente, el que tal vez aún vivía conectado a ella. Pensé cogerlo, repararlo, volverlo a la vida, pero me acordé de Mary Shelley y el Dr. Frankenstein, y de los malos resultados que podrían tener las prácticas resucitadoras, por lo que opté por dejar que la naturaleza siguiera su curso. Me bajé del autobús sin volver la mirada, dejando atrás un pequeño cadáver.

Madrid, 15/3/2.011

miércoles, 16 de febrero de 2011

Siempre yo, no puede ser...

Todo tiene su límite, también los ejercicios de ombliguismo, que hoy dejo al margen. He encontrado una increíble, ingente biblioteca virtual, promovida por Luis López Nieves, multipremiado escritor puertorriqueño (¿Cómo? ¿Que no sabes quién es? Vaya, ya somos al menos dos...). Te invito a visitar esa biblioteca, a recorrer sus pasillos, a elegir un texto (al azar, porque te suena...) y luego otro, y otro... Cuidado, no te pierdas (aunque hay sitios peores para perderse). Puedes entrar por la escalera principal (http://www.ciudadseva.com/), pero te ofrezco un pasadizo hacia una sala de textos escogidos (por el escritor) http://www.ciudadseva.com/calle/favorito.htm. Incluso la historia sobre el origen de esta biblioteca es, en sí misma, curiosa. Ánimo...

domingo, 9 de enero de 2011

Navidad, Navidades

¿Cómo era la Navidad? ¿Cómo era mi Navidad, hace 40 años?


La Navidad era frío, risas y espera. No recuerdo en qué momento, en qué fecha empezábamos a poner el Nacimiento, pero me acuerdo de ir todos los años a la mercería Coliseum (estaba al lado del cine del mismo nombre, en la C/ San Francisco) a comprar alguna figurita para ir ampliando o reponiendo las que se habían roto. Había que esperar un rato largo en la pequeña tienda, y después mirar mucho y pensar muy bien lo que se iba a elegir, pues el dinero era muy escaso. La compra suponía negociación interna (entre hermanos y acompañantes) y externa, con el dependiente, para ver si podíamos sacar algo más barato, y así disponer de algo de dinero para los objetos de broma que se vendían en el mismo sitio: cerillas que explotaban, aceitunas de cera, bombas fétidas, cacas de plástico hiperrealistas, que parecían más reales que las verdaderas. Preparábamos a la vez lo religioso y lo profano, Navidad e Inocentes todo en uno.

Poner el tablero con las patas, arrastrar el saco lleno de trozos de corcho (¡natural, de verdad!) que conformaría las montañas, ordenar las figuras una a una, despatarrar a los corderos para que se sostuvieran de pie, pegar el fondo de papel (que siempre se resistía a adoptar la posición plana, después de un año de estar enrollado)… Montar las luces, sin olvidar la principal, que iluminaba el portal por dentro, y las del castillo. Siempre había alguna fundida, pero para eso servía, desde pequeños, saber hacer empalmes. Y avanzar cada día un poco a los tres Reyes, con sus camellos y pajes, para que el día 5 llegaran al portal. Y por supuesto, no poner al Niño hasta el día 24 por la noche, o el 25 en la mañana. ¿Qué pensarían las figuras de S. José y la Virgen, varios días mirando una cuna de pajas, vacía?

Navidad era despertar oyendo, desde la cama, a los niños con el tostón de la lotería, que nada nos importaba a nosotros. Era escribir la carta, pedir la luna, mentir diciendo lo buenos que habíamos sido, echarla al buzón de correos. Era la cabalgata y la espera, poner el zapato, levantarse al día siguiente a coger lo que los Reyes hubieran dejado: el fuerte de madera, con los “americanos e indios”, el coche que se dirigía con un mando, unido por un cable, la caravana del oeste que se movía sola y hacía el ruido de los caballos, la cartera ¡de cuero de verdad! y con dos correas para llevar a la espalda, para ir al colegio… También era ver –con mucha aprensión y miedo-al pavo, vivo, en la pequeña despensa de la casa. Mirarle a los ojos, sentirse mirado por él.

Y frío, mucha sensación de frío, con pantalón corto o largo. No sé que sería peor, si el frío o la ropa para evitarlo, pues el pantalón largo era de una tela que picaba como demonio, y los verdugos de lana eran absolutamente agobiantes e insoportables.

La parte más seria tampoco debió de estar mal: la misa (¡que no recuerdo en absoluto!), la visita a los Belenes que se ponían en los edificios públicos, en las iglesias, en los escaparates de las tiendas.

Pero la Navidad era, sobre todo, luz y risa. Son dos sensaciones, más que imágenes, que no se borran: mucha luz, mucha diversión, mucha familia alrededor, un ir y venir continuo a casa de los primos que vivían junto a nosotros.

No pretendo nada parecido a una comparación con la actualidad. Es diferente, ni mejor ni peor. Ahora tenemos la que tenemos. Entre medias hemos tenido otras: cuando nos fuimos independizando, cuando nacieron nuestros hijos, cuando quedó alguna silla vacía en la mesa... Ésta es la que hay ahora, y así debemos disfrutarla, como disfrutábamos de la otra, de las otras.

Madrid, enero de 2011

Los árboles






¿De qué huyen los árboles? ¿Por qué se inclinan, separándose de los edificios? ¿Por qué sacan sus raices a la superficie? Quizá están huyendo de nosotros, quizá, hartos del acoso al que se sienten sometidos, temerosos de sufrir una muerte lenta, dolorosa, asfixiante, los árboles de Madrid han decidido desenraizarse para buscar un entorno mejor, aún sabiendo que eso también puede costarles la vida. Quizá algún día les veamos romper las aceras y empezar a caminar, para agruparse en el Retiro, o buscar las salidas de Madrid.
Diciembre de 2010