domingo, 18 de octubre de 2009

Finos hilos de cristal

¡Uf, las 5’15! Me quedan todavía más de dos horas, volveremos a dormir… Cerrar los ojos, buscar postura, respirar profundamente… Todo está en silencio, solo se oye algún coche que pasa por la calle, las sábanas son suaves, cálidas, el colchón es un cuerpo cercano y acogedor, tibio, mullido, suave…

¡Casi las 6! Parece que no voy a poder volverme a dormir. Esta noche se me ha vuelto a romper el fino hilo de cristal que nos une a los sueños. Difícil, si no imposible, será recuperarlo para hoy. En fin, paciencia y barajar, decía D. Quijote, cuando las cosas iban mal. ¡Y mira si tuvo ocasiones de decirlo! Vivir loco, morir cuerdo, quien pudiera… Cuando el pensamiento automático nocturno coge su ruta, no hay quien lo pare…

El mundo, la vida, las calles, las casas, están llenas de finos hilos de cristal. Unos nos unen con nuestros sueños mientras dormimos (si no se rompen, como esta noche). Otros nos unen con nuestros sueños cuando caminamos, despiertos, por la calle, o vamos en autobús… Son hilos que no vemos, no por ser de flexible cristal, sino porque nuestros torpes ojos no suelen ser capaces de percibirlos. Sin embargo, no es imposible. Requiere un tiempo, un entrenamiento, pero se puede conseguir. Hace falta algo de paciencia, un banco o similar donde sentarse, un sitio que sea de paso para la gente, pero no excesivamente saturado (puede ser El Retiro, en un día de diario, pero no vale la Puerta del Sol, demasiada gente que va demasiado deprisa, los hilos se hacen entonces una maraña imposible de ver). También se necesita una meteorología determinada, no son buenos los días de lluvia, ni de sol o calor excesivos. Con los ingredientes precisos (tiempo en nuestras manos, sentados y observando) podemos empezar a fijarnos en los que pasan, focalizando en personas concretas. En algunos no veremos nada, puede que sean personas inertes, que las hay, que caminan, respiran, comen… pero no viven, no sueñan, por lo que no veremos ningún hilo a su alrededor. Pero acabará pasando alguien en quien veremos un hilo, luego otro, y otro… Unos son firmes, brillantes, otros más oscuros, débiles, casi invisibles. Merece la pena verlos, merece la pena dedicar un tiempo a ello. Con suficiente tiempo, paciencia y algo de práctica, nuestros ojos nos mostrarán una inmensa y hermosa red de hilos que van en todas direcciones, horizontales unos, verticales otros. Veremos personas con muchos hilos, otras con uno o dos, otras con todos sus hilos cruzados, alguna con los hilos rotos, arrastrando por el suelo, si se les acaban de romper…

Y no hay que olvidar, dentro de los distintos tipos de hilos, los que quizá sean los más importantes, los que más tenemos que proteger, aunque alguna vez, paradójicamente, hayamos de romperlos. Son los finos hilos de cristal que nos unen con las personas a las que queremos, y que nos mantienen en contacto con ellas, por lejos que estén, incluso aunque ya no estén entre nosotros. Esos hilos son los que permiten que les sintamos cerca, que podamos casi tocarles, aunque el tiempo y el espacio nos tengan separados. Son muy fuertes, casi irrompibles, los que nos unen a nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros padres, a algún amigo muy especial. Son los finos hilos de cristal que nos permiten sentirnos en comunión con la vida, que incluso nos sujetan si en alguna ocasión nuestros pies se empiezan a despegar del suelo.