lunes, 15 de febrero de 2010

Manuel

Se levantó de la cama y se fue al comedor a leer, visto que el sueño le había abandonado por esta noche. Agarró El Quijote, al que se había enganchado, a estas alturas de vida, casi sin querer, por haber caído en sus manos la edición del cuarto centenario, manejable y fácil de seguir.
"La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo".
Él si que iba a reventar, el jefe se había empeñado en no dejarle en paz, todo el día sentía su aliento en el cogote, como si se hubiera empotrado en su chepa. Llevaba así una semana, desde que llegaron los últimos informes, en los que Manuel se había quedado el último en ventas, incluso por detrás de Rodríguez y su asqueroso mal aliento continuo. ¿Cómo podía vender nada ese tío, si apestaba a tres metros?
"Mas viniéndole a la memoria los consejos del ventero acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa".
Se sentía acorralado, tenía 58 años, y por lo que veía habían quedado atrás definitivamente las épocas en las que él arrasaba y toda la planta le rodeaba, “¿cómo lo hace usted, Ibáñez? ¡Qué mano tiene para las clientas, Ibáñez! ¡Se las lleva todas, no se le escapa una, Ibáñez!, ¿puedo llamarle por su nombre, don Manuel?”. Tenía un repertorio de frases infalible, y que solo el funcionaba a él, para convencer a las clientas, incluso a las más duras, a las que solo venían a dar una vuelta, a echar el rato, a no pasar frío en la calle, también ésas caían, a veces incluso antes que las otras, las que venían señalando los zapatos de la estantería.
"Determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea",
¿Y dónde podría ir él ahora, con sus años y sus frases gastadas? Lo que había sido secreto repertorio de éxito, que los demás intentaban memorizar y reproducir sin su letal eficacia comercial, se había ido convirtiendo primero en chascarrillo de dependiente adocenado, para ser al final motivo de comentario, incluso de burla a sus espaldas. Es cierto, no había sabido acomodarse a los cambios de los tiempos, a los nuevos gustos de las clientas, que ya no querían al dependiente pegajoso y adulador, al que pillaban la mentira y la falsedad a la segunda palabra, a la tercera sonrisa. El exceso de éxito no le había permitido ver el suave desplazamiento de la realidad, que se había ido moviendo como se mueven las agujas del reloj, lentas, imperceptibles, pero inexorables. Se había ido quedando atrás, viviendo de las rentas, hasta que empezaron a darle toques. Sobre todo con el cambio de jefe, cuando se jubiló Don Miguel y vino el niñato, con sus trajes brillantes y sus cursos de márketing.
"Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo".
Y encima, los rollos agoreros de que iban a retrasar la edad de jubilación, ahora que a él cada día se le hacía un año. El niñato no tenía consideración a su experiencia, a su prestigio ante los compañeros, a sus canas (teñidas, pero ahí estaban...). Le había dado por perseguirle, haciéndose altavoz de sus errores, corrigiéndole incluso delante de sus clientas de toda la vida; en esos momentos le estrangularía directamente, a la vista de todos, sin remordimiento.
"Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos".
Tenía que buscar alguna solución, alguna alternativa para remontar, para sobrevivir el tiempo necesario. Había intentado hacer los que otros antes hicieron con él, imitar a los más jóvenes, pero había resultado cómico, casi esperpéntico a veces, no era su estilo. Había intentado levantar clientas a otros, y había tenido ya alguna bronca.
"Y vio un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba, porque le estaba dando muchos azotes un labrador, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo".
Consejos necesitaba él, pero de quién, si se había ido quedando solo, en gran medida por rechazar a los demás, y otras veces por el creciente mal humor que siempre le acompañaba. Ya empezaba a amanecer, otro día más, a ver el careto del niñato, a rezar por algún pequeño accidente que le supusiera una baja, a desesperarse, a seguir adelante.

"Y entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido".