martes, 6 de marzo de 2012

El suicida

- Pero hombre de Dios, ¿cómo se le ocurre tirarse desde el viaducto? ¿No conoce usted la ordenanza sobre prevención del suicidio? Ande, levántese del suelo y acompáñeme a la comisaría...

Max no entendía nada. Estaba en el suelo, en la calzada, bajo el viaducto madrileño. Le dolía el cuerpo, sobre todo la cabeza, pero parecía que seguía estando vivo. Y eso no era lo previsto. Empezó a recordar los pasos anteriores. Hacía rato que había anochecido, casi no había gente por la calle. Con cierto esfuerzo había superado la valla de cristal anti-suicidas del viaducto y, sin dudar, había saltado. Sin embargo, allí estaba; boca abajo, en una postura algo ridícula, sobre la calzada. Un policía, en cuclillas junto a él, le estaba hablando.

El agente le ayudó a levantarse, le acompañó al coche policial y le abrió la puerta trasera, para que entrara. Dentro, otro policía preguntó:

- ¿Qué hay, Carlos?
- Nada, ya ves, otro que todavía no se ha enterado, y ha saltado desde arriba

El coche se puso en marcha en dirección a la comisaría. Max, confuso y dolorido, se dirigió al policía que le había acompañado:

- Por favor, ¿me podría decir qué ha pasado?
- Pero señor, ¡qué pregunta! Ha pasado que usted se ha intentado suicidar...
- Si creo que eso es lo único que sé. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Estoy vivo o esto es una especie de sueño que sucede después de la muerte?
- No, señor. Está usted vivo, y ahora tenemos que llevarle a comisaría. Allí haremos unas formalidades, le indicaremos cuál es su sanción, y se podrá marchar a su casa...
- Perdone, no entiendo nada. ¿Me dice usted que me he caído desde 23 metros y no me he roto ni un hueso? ¿Y que me van a sancionar? Esto es absurdo, realmente si que debo estar muerto...
- Diga usted que debería estar muerto, más bien. Pero la ordenanza 27/2020, que se publicó el año pasado, lo ha impedido, en su caso como en el de los 18 que llevamos este año en este mismo sitio.
- Y ¿qué dice esa ordenanza?

El agente, vuelto hacia atrás, empezó a mover las manos arriba y abajo a la vez que hablaba, para intentar explicar algo que posiblemente se había aprendido, pero que él mismo no había entendido

- La ordenanza tiene dos partes. En la primera se explica que, ante el incremento de suicidios a pesar de las mamparas de cristal y otros impedimentos, el consistorio decidió tomar nuevas medidas el año pasado. Así, ha aplicado una nueva tecnología que detecta cuerpos en caída y pone en marcha un mecanismo electromagnético, el cual genera un campo de fuerza contragravitatoria, de manera que a su velocidad de caída se contrapone otra en la misma proporción…. Entonces, el cuerpo se ve frenado, y cae en el suelo sin más daño que un ligero dolor de cabeza, como el que estará sintiendo usted ahora, y que es consecuencia de las ondas electromagnéticas. ¿Le duele a usted la cabeza, señor?
- Sí, y más que ligeramente. Es como si hubiera estado bebiendo toda la noche...
- Eso tendremos que reflejarlo en nuestro informe, pues se está trabajando sobre la intensidad del campo, y se deberá corregir.
- ¿Y la segunda parte? Decía usted que la ordenanza tenía dos partes...
- Así es, caballero. La segunda parte quizá le duela más, cuando se le pase el dolor de cabeza. Con fin disuasorio -y porque hay que financiar el mecanismo- a cada persona que intenta suicidarse se le aplica una sanción de entre 200 y 2000 euros...
- Vaya, ¿la sanción no es igual para todos?
- No, por supuesto. Está en función de si el intento se produce en laborable o festivo, por el día o por la noche, si es justificado o no...

Max se sintió de repente bastante irritado. Le parecía todo un sinsentido.

- ¡Pero esto es de locos! ¿Intentan regular el suicidio? ¿Qué tiene que ver que sea lunes o que hayan dado las 11 de la noche? ¿Cómo saben ustedes si es justificado?

El policía trató de calmarle, y empezó a hablarle de horarios, mantenimientos, causas de suicidio analizadas por una universidad noruega... hasta que la conversación se vio interrumpida por la llegada a la comisaría.

En la sala de espera de la comisaría le tocó aguardar un buen rato. Mientras le llegaba su turno, empezó a curiosear los papeles que había en los paneles de una de las paredes. Entre ellos, encontró la ordenanza de la que le había hablado el policía, y se puso a leerla:

Art. 2. Causas de suicidio y sus sanciones correspondientes. Agravantes, atenuantes y eximentes.
Art. 2.1. Dado que todas las circunstancias que concurren en un suicidio, así como las circunstancias de los propios suicidas, son o pueden ser diferentes, corresponde establecer una gradación adecuada a las citadas causas, lo que se tendrá en consideración para la aplicación de la sanción correspondiente. Los motivos de intento de suicidio, y sus sanciones correspondientes, quedan reflejados en el anexo I de esta Ordenanza.
Art. 2.2. Agravantes, atenuantes y eximentes. En términos generales, tendrá la consideración de agravante la reiteración en la conducta suicida. También se considerará agravante el comportamiento suicida motivado por problemas derivados de una vida desordenada: juegos de azar, consumo de alcohol u otras sustancias prohibidas, y aquellas que considerare la autoridad competente en el ejercicio de sus funciones.
Tendrá la consideración de atenuante la conducta suicida motivada por enfermedades físicas o mentales, fehacientemente documentadas.
Por último, quedarán exentos de acción sancionadora los intentos de suicidio llevados a cabo por personas sin recursos económicos, independientemente de las causas. Esta situación deberá ser documentada por los interesados en el plazo de 10 días.

Anexo I. Tipificación de conductas y sanciones correspondientes.
Se establecen tres categorías, en función de la motivación aparente, que habrá de ser justificada de la mejor forma posible en un plazo máximo de 10 días después de producirse el hecho sancionable...


La voz de un funcionario interrumpió su lectura.

- ¿Don Máximo Fernández Estrella? Pase, por favor, se le va a tomar declaración

Dos horas después, Max salía de la comisaría, con menos dolor de cabeza y menos euros en la cuenta corriente. Decidió marcharse a dormir a su casa, ya pensaría en sus problemas al día siguiente.

¿Cómo había llegado a esta situación? En su casa, después de unas horas de poco descanso, sentado delante de una taza de café recalentado, intentaba hacer memoria de sí mismo, aunque no le resultaba fácil ni agradable. Había acabado perdiendo trabajo y pareja a la vez. Su mujer, ya ex-mujer, había entrado en una dinámica de reproches y exigencias, lo cual le había hecho bajar su rendimiento en el trabajo, por lo que sus ingresos habían descendido, lo que provocaba mayores reproches por parte de su mujer, que dieron lugar a... un círculo vicioso para el que no había encontrado otra alternativa de vida (¿desde cuándo suicidarse era una alternativa de vida?). Cierto que no era todo tan simple, la culpa no era atribuible a su mujer ni a su situación en el trabajo; él no había hecho nada por mejorar estas situaciones (y seguía sin la menor intención de hacerlo), se había dejado llevar.

Sin dejar de dar vueltas a su negra situación, de forma mecánica, había salido a la calle a caminar, sin rumbo fijo, y cuando miró a su alrededor vio que estaba en Puerta de Toledo, en el andén del metro. El luminoso indicaba que faltaba un minuto para la llegada del tren.

El convoy entró en la estación. Max miró al conductor, vio su cara; le llamó la atención que fuera una mujer; sin pensarlo, sin saber porqué, se dejó caer en las vías...
Oscuridad.
Silencio.
Dolor. ¿Dolor? Si estaba muerto, si el tren le había atropellado, ¿cómo podía sentir dolor? Una punzada en el costado le dificultaba la respiración.

Abrió los ojos. Estaba tumbado en el suelo, una mujer le miraba y le zarandeaba ligeramente. Era la conductora del tren.

- ¿Estoy vivo? ¿No me ha arrollado el metro?
- Si, siento decirte que estás vivo. Por suerte para mí -y espero que para ti- tu mirada me dijo lo que ibas a hacer, y activé el sistema de emergencia exterior. La bolsa de aire se abrió, como los airbag que llevaban los coches antiguamente, absorbió el impacto, haciendo que rebotaras. Saliste despedido, golpeándote en la caída, pero seguramente estás ileso. Anda, levántate, te acompañaré a la casa de socorro; me has regalado un recorte en la jornada laboral.

Un brillo en los ojos de la mujer y una sonrisa especial le dijeron que la vida todavía podía tener algo para él. Se levantó y, obedientemente, siguió a la conductora.

Madrid, 10/5/10.