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El insomnio, motivado por mi bloqueo en el trabajo con mi última novela, ha traído a mi cabeza la forma en que nos habíamos conocido. Yo estaba pasando unos días en París, y me invitaron a una tertulia en la que se reunían escritores, políticos, intelectuales, pensadores... Allí vi a un tipo raro, rodeado por muchos otros hombres que le observaban y oían con un aire extraño. Me acerqué y se me quedó mirando (al fin y al cabo, no soy feo, como podéis ver). Se levantó, se acercó a mí, y entonces vi que era una mujer vestida totalmente como si fuera un hombre. Me debí de sorprender más de lo que yo mismo hubiera querido, y mi cara de sorpresa le provocó enormes carcajadas, lo que hizo que todo el salón nos mirara y yo me pusiera colorado. Sin embargo, nos hicimos amigos, a pesar de la diferencia de edad, pues ella es bastante mayor que yo, (a veces, incluso he pensado que solo mantiene mi amistad por lo que le gusta provocarme y escandalizarme). Empezamos a escribirnos, y a vernos cada vez que yo iba a París, o ella se acercaba hasta mi pueblecito. Su pasión por ser diferente, por probarlo todo, por saltarse todas las reglas, dan una imagen de ella muy distinta a la que yo he ido conociendo a través de nuestras cartas y conversaciones.
De repente, su recuerdo me ha traído una imagen, un desdoblamiento: veo a mis personajes, Rodolfo y Emma, y veo a Amanda, mujer y hombre a la vez, provocación para toda nuestra sociedad bajo dos sexos. En ese momento, imagino que Amanda, bajo figura masculina, es Rodolfo, el amante de Emma, la cual es a su vez la propia Amanda, como mujer. Emma -que presume de hacer lo que quiere, que humilla a su marido dejándose ver con otros amantes- sigue reclamando las atenciones de Rodolfo, que se ha hastiado de su relación con Emma. Ella habla de sentimientos, él solo oye palabras. Oigo resonar en mi cabeza las palabras de mi amiga, palabras que a la vez generan los pensamientos de Rodolfo. Creo que ahora lo entiendo. Rodolfo, mi personaje, busca continuamente nuevas experiencias, nuevas mujeres, aunque para él, que persigue insaciable el encanto de la novedad, ésta siempre se acaba agotando, cayendo poco a poco como un vestido, siempre acaba dejando al desnudo la eterna monotonía de la pasión, y esta pasión tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje. Rodolfo ha oído súplicas y amenazas similares en otros labios, en otras mujeres, en otros burdeles, en las camas de otros maridos ausentes. Todo le suena igual, no encuentra diferencia. Todo empieza bien, todo acaba mal, todo ha de volver a empezar. Emma, como Amanda, ha pretendido burlarse de todo y de todos para terminar sufriendo ella misma las duras consecuencias de su burla.
Madrid, diciembre de 2009. Escrito para el taller de relato.