viernes, 15 de octubre de 2010

Teo

El golpe fue tan limpio como letal. Un resbalón en la bañera, un golpe en la nuca, clásico, de libro, dejaron a Teo tumbado, semidoblado, con una mirada de extrañeza mientras el agua seguía cayéndole encima. Ni siquiera tuvo tiempo de quejarse, de gritar, de pedir ayuda a su mujer. Solo un último recuerdo, la imagen de su madre, cuando él era pequeño, matando a un conejo con un solo golpe seco en la nuca, dado con el canto de la mano, mientras con la otra mano sostenía al animal en el aire por las patas traseras.


Lucía, desde la cocina, oyó un ruido de algo que caía en alguna parte del suelo de la casa, y rápidamente localizó el origen. Pero solo encontró la mirada de Teo, que parecía preguntar ¿y ahora qué?

Poco tiempo después, si es que el tiempo tiene medida al finalizar esta vida, Teo se encontró en otro espacio, desconocido para él. Luz tenue, ningún objeto definido alrededor, murmullos que provenían de diferentes puntos. Preguntó en alto, “¿dónde estoy?” y alguien se acercó a él.

- Hola, Teo, sabes lo que te ha pasado, ¿verdad?
- Supongo que estoy muerto; resbalé en el baño y me golpeé al caer de espaldas. Todavía tengo una ligera sensación del impacto. ¿Es así? ¿Estoy muerto? ¿Quién eres tú?
- A cada pregunta, su respuesta. Si, resbalaste accidentalmente y te has desnucado. Y yo soy solo un auxiliar, alguien que te ayudará en este momento de tránsito.
- Pero no puede ser, no me puedo morir todavía. ¿Qué será de mi mujer, de mis hijos? ¿Quién se ocupará de ellos, y de mi padre que vive solo? Tiene que haber alguna manera de arreglarlo, al menos tengo que decir a mi mujer lo que tiene que hacer, dónde están algunos papeles que ella no conoce, algún dinero guardado...
- Lo siento, Teo, no hay retorno, unos y otros tendrán que apañarse, tú has terminado.
- Imposible, es imposible...

Teo empezó a manifestar desasosiego, con un gran estado de ansiedad, ante la que empezaba a ser una mirada algo torcida por parte del auxiliar. Teo se dio cuenta y empezó a cambiar de táctica. Dejó pasar un rato y dijo al auxiliar, con aparente tranquilidad:

- Por cierto, ya que las cosas están así, me gustaría hacerle una pregunta. Yo siempre fui devoto de San Borombón. ¿No estará por aquí? Ya que he pasado a la otra vida, a esta vida, quiero decir, quizá podría verle. Me haría gran ilusión, después de tanto tiempo de rezarle, y de dar no pocos donativos ante su imagen.

El auxiliar se quedó pensando.

- ¿San Borombón? Si, se quien es, aunque nadie pregunta nunca por él. Seguro que le sorprenderá saber que alguien le busca. Voy a ver si le encuentro.

Teo se fue acostumbrando a la intensidad de la luz, y empezó a ver que en la sala había gran actividad, aunque casi nadie hablaba. Gente de todas las edades entraba y salía, unos con caras de sorpresa, otros de resignación, de alegría, o de gran enfado. Parecía como si estuviera en una sala de embarque de un aeropuerto, o en una sala de espera de las urgencias de un hospital. Entonces apareció otra vez su auxiliar, acompañado de un hombrecillo más que feo, reseco, desgreñado y de mirada atravesada. Iba mal vestido, con unas ropas viejas, de color indefinible. Cuando el auxiliar le presentó a San Borombón, Teo no podía creerlo, pero procuró no expresarlo. Se puso su mejor sonrisa y preguntó al auxiliar: “¿cómo se saluda a un santo en esta vida? ¿Me arrodillo?”. El auxiliar dijo que no era necesario, que podía darle la mano como a un nuevo amigo, lo que no pareció sentar bien al santo. “Os dejo un rato, mientras atiendo a otros recién llegados, seguro que tendrás muchas cosas que preguntarle”, dijo a Teo el auxiliar, y se fue.

En cuanto se quedaron solos, Teo empezó a contar su historia y sus problemas a San Borombón, que acabó cortándole de mala gana.

- ¿Y a mí qué me cuentas? Todo el mundo se muere, y los que quedan tienen que arreglarse como pueden.
- Ya, pero sería muy fácil, si me echaras una manita. No te pido un milagro, solo hacer saber a mi mujer un par de cosas, dónde están unas llaves de una caja y unos papeles, que le aliviarán bastantes problemas... Por favor, San Borombón, piensa en algo...

A San Borombón se le estaban empezando a encender los ojos de enfado. “Pero, ¿tú quien te crees que eres? ¿Piensas que puedes llegar aquí y, sin más ni mas, pedirme un favor así? Lo que me pides es imposible, y aunque pudiera no creo que quisiera... Habrase visto, el fatuo este... Mira, no vuelvas a molestarme ni a preguntar por mí”, dijo San Borombón, y se dio media vuelta para irse. “Está bien, espera. Déjame contarte algo antes de irte. Posiblemente sabrás que abajo se sigue investigando sobre la veracidad de todo el santoral, especialmente sobre los dudosos, de pocos datos... Y seguro que sabrás que tu historia se sostiene solo en vagas leyendas medievales, que se está planteando quitarte de la lista ¿Qué dirían aquí de eso? ¿Qué pasaría aquí con tu imagen, con tu estatus, si alguien empezara a decir que San Borombón no existió nunca, que es solo un mito?”.

Los ojos de San Borombón empezaron a echar realmente fuego, mientras que su cara se volvió aún más pálida que la de cualquiera de allí. Teo vio su ventaja, pero aparentó total tranquilidad. San Borombón, casi gritando, le dijo: “¿Te atreves a chantajearme? Esto es inaudito, un recién llegado que ya viene extorsionando, ¿a dónde vamos a llegar?”. “No, no te ofendas, nadie habló de chantajes. Es solo un favor a cambio de otro. Yo arreglo lo mío y tú mantienes lo tuyo”. El santo, echando chispas, cedió. “Escucha, insensato. Haré que bajes y te hagas visible ante tu mujer durante un rato, para que arregles tus estupideces. Pero lo harás muy rápido, y sin que nadie se entere...”. “Gracias, nadie lo sabrá, te lo aseguro. Ni lo tuyo tampoco, tranquilo...”

El santo se marchó y Teo quedó solo. De repente, empezó a ver que todo se desdibujaba a su alrededor, y sintió que se movía en el espacio. Volvió a encontrarse en su casa, en la que no había nadie. Mirando al calendario de la cocina pudo ver que habían pasado varios días desde su golpe. Todo estaba ordenado, seguía habiendo fotos en las que estaban Lucía y él en distintos viajes, pero ella no estaba allí. Sabiendo que tenía poco tiempo, y que por la hora que era Lucía podría estar comprando, decidió buscarla. La encontró en el mercado, esperando su turno en la pescadería. Se acercó despacio a ella. “¡Lucía! Lucía, no te asustes, soy yo, Teo, tengo que decirte algunas cosas importantes...” No le dio tiempo a hablar más. Lucía, al verlo, empezó a poner los ojos en blanco, y cayó al suelo, rodeada por el resto de clientes que no daban crédito a lo que estaba pasando. Teo no había medido las consecuencias, y vio que todo el mundo les miraba a los dos, él de pie, ella en el suelo. Algunos empezaron a cuchichear. “Parece su marido, pero no puede ser, ¡si estaba muerto!” Una clienta, que además era vecina, se atrevió a acercarse y hablar. “¿Eres Teo? ¿Qué haces aquí?” Teo, nervioso al ver que el asunto se le iba de las manos y el tiempo se agotaba, explicó a la vecina que tenía algo importante que decir a Lucía, sin darle más detalles. La vecina, pálida como el papel, consiguió reanimar a Lucía y llevarla a su casa. Teo consiguió explicar a Lucía algunos datos importantes mientras sintió que empezaba a desaparecer. Volvió a encontrarse en la sala de tránsito, pero se sintió más tranquilo al pensar que al menos había conseguido su objetivo. Vio acercarse a su auxiliar, y se dirigió a él intentando dar imagen de normalidad. Pero la mirada de éste le anticipó que algo no iba bien. Nada bien.

- ¡Buena la has hecho! ¿Dónde has estado?
- ¿Yo? ¿Dónde voy a estar? Aquí, esperándote...
- ¿Esperándome? ¿Encima intentas engañarme? Llevo varios días buscándote, todo el mundo de tránsito, incluso muchos residentes, está alborotado, pidiendo el mismo trato que has recibido tú. A San Borombón le ha llamado el Jefe para hablar con él. ¿Cómo se te ocurre volver a la tierra? Vaya par de insensatos, el santo y tú.
- Pero... ¿cómo puede ser tanto lío? Si solo han sido unos minutos...
- Mira, insensato, no intentes medir el tiempo como lo hacías en la tierra. Lo que allí era lineal y constante, aquí es flexible, a veces circular, ¡es la otra vida! Para tus cálculos, has estado fuera de aquí una semana terrestre, más que de sobra para liarla...

Mientras tanto, en la tierra, las cosas no habían ido mejor. La noticia de la aparición y el mensaje corrió como pólvora, y cientos de personas acudieron a sus líderes religiosos a pedirles, a exigirles, que hicieran que sus difuntos pudieran volver temporalmente. Cierto es que también algunos insistían en que sus finados no regresaran de ninguna de las maneras, que estaban muy bien donde fuera que se encontraran. Las protestas de arriba y de abajo habían sacado de quicio al Jefe Supremo, que decidió, para aplacar los ánimos, conceder un “periodo especial”, para que aquéllos que quisieran pudieran bajar a arreglar sus asuntos pendientes durante un breve tiempo. Pero esto, en lugar de arreglar las cosas, dio lugar a más caos: las ciudades y pueblos se vieron llenas de aparecidos, que andaban buscando a sus familiares, a sus mujeres o maridos, los cuales en muchos casos hacía tiempo que tenían una nueva vida. La situación se volvió insostenible, y los líderes de las distintas religiones mantuvieron una reunión. Acordaron por unanimidad solicitar al Jefe Supremo que hiciera que todo volviera a ser como antes: los vivos aquí, los otros allí. Éste accedió, aliviado, pues la situación se estaba volviendo un poquito complicada ¿Y San Borombón? Tuvo que conformarse, como castigo menor, con ser rebajado a leyenda, aunque consiguió que no se produjera su expulsión. Como gracia, se le permitió seguir apareciéndose algunos días, en forma de isla, al oeste de La Palma, El Hierro y La Gomera.

Madrid, Septiembre, 2010

martes, 12 de octubre de 2010

Cierra los ojos

- ¡Cierra los ojos!
- ¿Para qué quieres que los cierre? ¿Me vas a hacer un regalo? ¿Me vas a dar un beso?
- Ya te gustaría, bobo. Cierra los ojos y cállate, para variar. Te voy a enseñar algo.
- ¿Cómo me puedes enseñar algo si tengo los ojos cerrados?
- ¡Qué pesado eres! Si no quieres, no lo hagas...

El Retiro en otoño tiene una ventaja sobre la primavera. El clima puede ser igual de agradable, pero todo parece ya más tranquilo, como si la naturaleza cautiva que allí habita empezara ya a hacer silenciosamente sus maletas, en previsión del invierno que no tardará en llegar. Clara y Daniel, 24 y 27 años, pasaban juntos la tarde en una de las muchas praderas de césped, cerca de la zona donde hasta hace poco dejaban tocar los tambores. Daniel accedió y cerró los ojos, dejándose llevar por la petición de Clara. Para Daniel, cualquier petición de Clara era más que una orden, aunque ella no lo supiera, o pareciera no ser consciente de ello.

- Ya los he cerrado. ¿Y ahora qué?
- ¿Qué ves ahora?
- ¡Qué voy a ver! ¡Nada! ¡Alguien me ha pedido que cierre los ojos! ¿Lo recuerdas?
- ¡Qué tonto eres! Hay muchas formas de ver, no solo a través de los ojos abiertos. Intento saber si eres capaz de ir un poco más allá de lo que estás acostumbrado, aunque empiezo a dudarlo. ¿Qué oyes? No respondas de inmediato, piensa un poquito, si es que sabes.
- Ja, qué graciosa. Oigo... ruido, voces... Es fácil.
- Vale, estás en el nivel uno. Vamos a ver si pasamos de pantalla. Imagina una caja llena de objetos. Al principio solo verás la mezcla, la confusión. Poco a poco puedes ir viendo los objetos uno a uno. Sus formas, sus tamaños, sus texturas. Podrías ir sacando uno a uno e identificarlos, ¿no? Vuelve a pensar: ¿Qué oyes?
- Vale, creo que lo entiendo. Déjame pensar... Oigo la voz de una niña... Oigo un perro... Quizá estén jugando juntos, son sonidos que se alternan... Oigo el sonido de alguien corriendo sobre la arena... Oigo el golpe que se da a una pelota... ¡Nunca lo hubiera pensado, ser capaz de ver con los oídos...!
- ¡Vaya sorpresa! Y tú dices que eres mi amigo... Poco se te ha pegado... Bueno, creo que has pasado de pantalla, aunque te falta mucho entrenamiento. Seguiremos otro día, creo que se va haciendo tarde.
- ¿Quieres que nos vayamos?
- Si, espera que coja mi bastón, y ayúdame a levantarme.
- Si quieres, puedo ser tu perro guía...
- ¡Pero qué tonto eres! Menudo guía serías, nos perderíamos cada cinco minutos...
- Eso estaría muy bien...
- Bobo, me tomas el pelo... todavía no sé por qué sigues siendo mi amigo...
- Porque no tengo más remedio, que si por mí fuera... Quieta, quieta, no me pegues... No te enfades mujer, ya me lo has dicho otras veces y no insistiré, no quiero acabar con tu bastón incrustado en mi cogote... Pero es que me lo has puesto muy fácil...

Fue cayendo la tarde. Clara y Daniel siguieron caminando en silencio, envueltos en el abanico de sonidos del Retiro. Daniel no vio la suave sonrisa que Clara dibujó por un momento en su cara.

Madrid, septiembre de 2010.