jueves, 29 de abril de 2010

CONTACTOS

Vamos juntos en metro, cada mañana, hasta Ciudad Universitaria. Tus ojos son mi luz. No quiero vivir a oscuras”. La sección de “contactos” que El País publica los viernes en “EP3” es un rincón en el que en ocasiones aparecen micro-poemas de amor que me gusta seguir cada viernes. Éste me había llamado la atención, pues se había repetido varios viernes, desde hacía algunas semanas. Pero no suele haber respuesta pública, por lo que este otro anuncio me sorprendió. “Quien está a oscuras busca la luz. Los marineros, en la tormenta, se guían por la luz del faro. Jueves, a partir de las 7”. Parecía evidente, debía ser una respuesta con cita incluida. En Malasaña hay un pub que se llama “Un faro en la tormenta”, nombre puesto -supongo- con la intención de guiar a los bebedores impenitentes, y que yo frecuentaba hace unos años. No tenía nada mejor que hacer por las tardes, y mi ociosidad decidió parar por allí algunos ratos, por ver qué pasaba. Así que algunas tardes empecé a dejarme caer por el pub; me sentaba en una mesa algo apartada, pero con visión sobre la sala, y me pedía un gin-tónic. Todo ello, más por dejar correr la tarde que por pensar que pasaría algo. Sin embargo, cinco tardes y siete gin-tónic después, se produjo lo que podría ser la esperada “conjunción astral”. Entró un chico al que ya había visto otras veces. Llegaba a la barra, pedía una cerveza, fijaba los ojos en la puerta... y se iba media hora después, dejando un vaso lleno de cerveza caliente. Esta quinta tarde era plomiza, yo tomaba sorbos de mi gin-tónic, el chico miraba a la puerta a la vez que hacía girar el vaso de cerveza.

De repente, el sol venció a las nubes, irrumpió en el pub a través del ventanal, y a la vez se abrió la puerta. Entró una chica delgada, morena. Tenía un bastón blanco en la mano. Sin dudar, se acercó a la barra, se colocó junto al chico y le dijo “¿Quieres ser mi luz?”. Él no daba crédito, y yo, que no me perdía detalle, tampoco. El chico preguntó “¿Cómo sabes quién soy?”. Ella, con una sonrisa pícara que iluminó aún más el local, le respondió “yo no veo, pero mi amiga, que me ha traído hasta la puerta, si”. Empezaron a hablar, y me pareció como si toda la sala se oscureciera, quedando una única luz que les iluminaba a ellos dos. Me levanté y me fui, sin pagar mi copa, y ahora me da vergüenza volver.

1 comentario:

elvira dijo...

he llorado, me hacía falta. bsos.
elvi